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Colectivo Quiasma


Desde mi punto de vista personal, el viaje a fotográfica Bogotá en el 2013 no solo fue un enriquecimiento teórico, sino que para mí fue algo más profundo, una rectificación de principios y pasiones las cuales tratare de explicar en el siguiente escrito.

Llega un punto en la vida en que cada persona encuentra su verdadera pasión, para lo que es bueno y para lo que simplemente no es bueno, hagamos una comparación. En mi caso en cuanto a al baile y a la fotografía, lo único claro es que no tengo ritmo en las venas, pero si tengo ritmo en los ojos para capturar un momento con mi cámara. Ante eso no hay remedio. Por ello, desde siempre he evitado los bailes. Al principio porque creí que no me interesaban. Entonces me justificaba diciendo que creía que el amor se daba era hablando y no sacudiéndose y prefería conversar que sudar. Aún prefiero conversar. Pero descubrí que evitaba los bailes por vergüenza. No quería admitir que no sabía bailar, o peor aún, tener que mover mi armazón de huesos y sufrir cada segundo en la pista. Las veces que bailé fueron horribles porque no disfruté. Por estar pendiente de no pisar al otro no disfruté en dejarme llevar por la música. Lo rescatable de esos días era mirarle los hombros a la pareja. Había escuchado que los hombros daban las pautas del paso a seguir. A mi ese detalle no me dio ninguna pauta. Pero me gustaba mirar los hombros y los senos moverse bajo la camisa.

Me supe a-motriz y todo lo que había perdido por ello. No puedo llegar como cualquier tipo y decirle a una nena: ¡Hey te invito a bailar! porque no sé bailar.

Intenté bailar solo en casa, en mi cuarto. Prendí la grabadora pero me enredaba con mis mismos pasos. Parecía un caballo con patines. Así que terminaba brincando sin coordinación.

Aún bailo solo en el cuarto o cuando me emborracho. Si bien no puedo repetir un paso dos veces, sé que afirmo un estilo y entre más me equivoque mejor.

Sabía que cada individuo tenía su ritmo, y así el mío no se notara en público, en algo debía sobresalir. Y descubrí el milagro. Encontré que soy un buen bailarín tomando fotos. Entendí que disfruto tomando fotos así como un negro disfruta bailando una cumbia.

Y así mientras estábamos en el encuentro teórico de Fotográfica Bogotá, en mis reflexiones personales, me di cuenta de esto, de que mi pasión es tomar fotos y que lo disfruto muchísimo, ¿por qué a quién le mentís cuando mentís?, a uno mismo no se puede mentir.

Personalmente, me gusta más salir a tomar fotos que ir un sábado a una discoteca. El baile de la discoteca es de una noche, de dos personas que se tocan y se sienten y se sudan y se quieren mientras dura el calambre del movimiento y aturdimiento. En cambio el baile de la fotografía es a dos tiempos, uno mismo y la cámara. Una canción no se puede bailar a tiempos dispares y sin tocar al otro. Una fotografía se puede leer a tiempos dispares y sentir como si fuera al mismo tiempo.

Para poder descubrir que es lo que verdaderamente te apasiona, hay que saber sentir ambas cosas, para lo que eres malo y para lo que eres bueno, la cuestión es estar dispuesto a equivocarse muchas veces, a ver muchos atardeceres sin preguntas, sin existencialismos baratos de políticos de fábrica. El único requisito es escuchar más allá del ruido como la tarde se hunde en la noche y mientras los pájaros cantan. Luego mover los pies, reír, y al abrir los ojos, enterarse que estabas sumido en un baile natural, pasional, no buscado, de lo que realmente quieres seguir haciendo toda tu vida.


Camilo Andrés Díaz Bastidas, Estudiante Javeriano.

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